Los futuros horizontes de una nueva Divulgación Histórica
[Este texto fue rechazado en febrero de 2022:
“El consejo editorial declina la propuesta que envías. No creo que debamos publicarlo. Consideramos que falta desarrollar el argumento y que no es claro el vínculo claro con las izquierdas. Agradecemos de cualquier manera tu interés en la revista. Saludos fraternos.”
Leyéndolo a la distancia coincido en que “falta desarrollar el argumento”. Quizá unas citas de Marx o Engels hicieron falta para marcar ese “Vínculo claro con las izquierdas”. Lo retomo aquí con unas muy ligeras modificaciones de forma.]
“Hemos combatido, largamente, juntos, por una historia más amplia y más humana”.
Dedicatoria de Bloch a Febvre en Apología para la Historia.
A las personas que estudiamos Historia se nos exigen dos cosas: saber todo del pasado y, además, narrar la verdad de eso acontecido. De esta manera, se expresan dos creencias sobre lo que es la Historia: por un lado, que esta es el pasado y por otra, que existe una verdad histórica.
En la divulgación, quienes refuercen estas creencias ganarán la atención del gran público. Lo demuestran las estadísticas y las temáticas de muchos canales de internet. Se cae así en los tópicos de “contar la verdadera historia” o “la verdad del pasado”. Quienes creen hacer Divulgación Histórica, en muchos casos, simplemente presenta narrativas.
Narrar es algo muy distinto a enseñar Historia. En primer lugar, para lograr una narración lineal y congruente se necesita hacer una simplificación de los procesos. En segundo lugar, esta narración adquiere un sentido literario, con orígenes y desenlaces claramente establecidos. El Estado Mexicano, según la narrativa, nace en un momento determinado y sufre por siglos para llegar a convertirse en la nación que tenemos hoy. La Historia entonces es transmutada en teleología: una serie de creencias que tienen un orden final y que tiene que cumplirse sí o sí. La tarea se reduce a debatir cuál de todas las versiones será la canónica.
Aunque este formato puede tener muchas virtudes, se corren una serie de riesgos que repercuten negativamente sobre lo que “el gran público” considera que es Historia.
Hay que señalar desde ahora que esa “Verdad Histórica” no existe: nadie tomaría un libro de Ciencia de hace 30, 40 o 100 años y diría “esta es la verdad”, por más científico que sea ese conocimiento. Y no es porque este sea “falso”, sino porque al hacerse nuevas preguntas, lo que damos por sentado en un momento, en otro, puede ser cuestionado. El conocimiento está, por tanto, históricamente construido.
Asumir, y divulgar, que existe una verdad histórica es congelar la posibilidad de hacernos nuevas preguntas sobre los procesos, dar por sentado todo y cancelar las posibilidades futuras.
A pesar de que la humanidad tiene varios miles de años de existencia, como historiador, estoy convencido de que tenemos millones de años por delante. Por eso es importante construir estos nuevos horizontes de posibilidad. Una nueva Divulgación Histórica debería motivarnos a pensar no solo en lo que sucedió, sino en hacernos conscientes de que vivimos en la Historia, es decir, que somos sujetos históricos y la experimentamos con nuestra existencia.
Esto se enlaza con la otra falsa premisa que señalé líneas atrás: “La Historia es el pasado”. La gran mayoría de la divulgación ha hecho poco por derrumbar esta idea. Si se sigue reforzando que la Historia es simplemente un relato sobre lo acontecido; una serie de datos, fechas y lugares, un montón de sucesos en libros o museos, todas aquellas personas que estamos por fuera de esas grandes épicas, que no aparecemos en esos museos o no estamos en los libros estamos excluidas de la Historia.
Si bien es cierto que la Divulgación Histórica es una herramienta poderosa y necesaria para democratizar el conocimiento, y como se ha dicho en otros foros, esta divulgación debe ser para todos y todas, también es cierto que al seguir divulgando las narrativas patrias se refuerza la idea de que existe gente sin Historia, excluyendo a colectivos, pueblos, o personas que no han participado de la formación de los grandes estados, o que incluso se han opuesto a ellos.
Se ha divulgado mucho la Historia de cómo México se convirtió en un Estado y poco en cómo ha pretendido configurarse como un país, haciendo uso del significado histórico-geográfico del término, en donde país es un concepto íntimamente relacional al de paisaje y territorio:
Hubo un tiempo en que los bisontes pastaron en Zacatecas, había focas en Veracruz y los cocoteros que hoy adornan las playas americanas eran inexistentes. (Sí, los cocoteros no son originarios de nuestro continente, son una introducción colonial, aunque ahora hayan colonizado el imaginario).
El país que hoy es México, su territorio y paisaje, lo que hoy damos por “natural”, no es sino el resultado de décadas de modificaciones humanas agudizadas por el capitalismo y la industria. [Los paisajistas del siglo XIX, como José María Velasco Gómez, fueron los encargados de transformar el paisaje local en nacional. Es una tarea pendiente rastrear y divulgar ese proceso]
Se ha divulgado poco, o casi nada, como México ha pretendido convertirse en una nación. Desde el siglo XIX ha sido una tarea de Estado desaparecer las lenguas indígenas. Divulgar la violenta historia de esta castellanización es también uno de los grandes temas pendientes.
Al hacer esta nueva Divulgación Histórica debemos preguntarnos ¿Divulgar para qué? ¿Para hacer la chamba que la SEP no hace? ¿Para que con nuestro trabajo se apuntale todavía más el estado nacionalista? ¿Divulgar para fortalecer el patriotismo racista y la idea de que México es una nación mestiza, aunque esta se haya construido sobre el exterminio de otras identidades contrarias a su idea de nación?
Se debate mucho sobre cuáles son los mayores mitos históricos del Estado Mexicano. Voy a decirlo en una sola frase: El mayor mito histórico es que México existe como una entidad ahistórica. México no existe a través de los siglos, aunque desde el patriotismo y su divulgación se pretenda que este actué como un molde para galletas, que corta el pasado para darle forma desde el presente.
Es urgentemente necesaria una nueva divulgación que permita integrar todas estas historias sociales, ambientales, culturales, todas esas resistencias y momentos que quedan por fuera de las apologías estatalistas, para luchar, proponer y pensar nuevos horizontes posibles. La Historia y su divulgación es también un combate.
4 de febrero de 2022