Todo se desmorona no es otra etnografía africana

Mario E. Fuente Cid
4 min readJun 15, 2024

--

Hace mucho no sentía un duelo tan grande al terminar un libro. Me acaba de pasar con Todo se desmorona de Chinua Achebe. Puede parecer que en conjunto lo leí en unos cuantos días, pero tardé once años en reunir las fuerzas emocionales para terminarlo. Cuando Ayumi me dijo que el libro le parecía “otra etnografía africana”, varias cosas ocurrieron.

Nunca antes una amistad me había roto el corazón de esa manera. Aunque se disculpó cuando tuve la confianza de compartir cómo me había hecho sentir, fue una revelación de que no éramos iguales. Cuando conocí la obra de Chinua Achebe el año de su muerte, en 2013, era casi inconseguible en nuestro país. Supe de la existencia de Things Fall Apart por Mumia Abu Jamal, o mejor dicho, por la titánica labor de traducir los escritos de Mumia y enviarlos a una lista de correos a la que, hasta donde recuerdo, sigo suscrito. Admiraba la pluma de Mumia: era clara, contundente y, sobre todo, forzosamente concisa, dadas las condiciones mismas de su encarcelamiento. Si para él Chinua Achebe era un autor de referencia obligada, yo debía leerlo.

No logré conseguir el libro inmediatamente, y pasaron varios meses hasta que obtuve una copia digital traducida en España. En aquel momento, debo ser honesto, no pasé de los primeros capítulos, pero sus descripciones sobre las guerras tribales africanas me parecieron una inspiración interesantísima. Hoy, muchos años después, frente a mis estudiantes de la materia de sociedades mesoamericanas del posclásico, traigo a Achebe al aula y les comparto que los mexicas gustan de ser comparados por los historiadores nacionalistas con el militarismo romano, por ejemplo, pero nunca con las prácticas guerreras de Papúa Nueva Guinea, o con las del bajo Níger narradas por Achebe, con las que seguramente compartieron más cosas en común.

Hay otros episodios en Todo se desmorona muy significativos. La forma en que se comparte un fuego de cocina en cocina, como hoy pedimos una taza de azúcar, me resultó reveladora. En los códices mesoamericanos se observa el inicio ritual del fuego mediante un instrumento de fricción, pero es probable que, en la práctica cotidiana, haya sido más fácil pedirle a una hija que fuera con la vecina a traer unos carbones encendidos, en aquella olla rota que la abuela se había negado a tirar.

Las descripciones de la vida precolonial del bajo Níger que hace Achebe me han generado todas estas posibilidades de imaginación. Y aunque la analogía etnográfica siempre es una herramienta riesgosa, creo que sirve para imaginar los pasados mesoamericanos por fuera de las eurocéntricas narrativas que les comparan con los griegos o los romanos.

La edición de segunda mano de Things Fall Apart que conseguí hace unas semanas.
La edición de segunda mano de Things Fall Apart, que conseguí hace unas semanas.

A mediados de este semestre decidí reconciliarme con la literatura. Puede decirse que me dedico profesionalmente a la lectura, pero años de hacerlo con textos académicos han minado mi capacidad para leer por gusto. Entonces pensé que tenía un pendiente con Achebe. Como puede deducirse, disfruté mucho su lectura, pero constantemente no dejaban de llegarme a la mente las palabras sobre que el libro era “otra etnografía africana”. En aquel momento no supe cómo reaccionar, pero me sentí pequeño, ingenuo y tonto. He escuchado que un trauma es algo que no podemos significar de inmediato y por esa razón queda tan marcado. Es seguro que los años hayan filtrado el recuerdo que tengo de ese suceso, pero aquí lo estoy compartiendo no sólo tal cual lo recuerdo, sino tal cual lo sentí en el momento de releer a Achebe.

En la novela se deja ver que los miembros del clan de Okonkwo tienen un sistema patrilocal, que los parientes maternos son casi otra familia aparte y que, a pesar de la consanguinidad, son tomados, en el mejor de los casos, como parientes lejanos que viven en otro pueblo. Ayumi me había dicho que después de leer Los Nuer, todas las etnografías africanas eran parecidas. Estas conclusiones me habían parecido groseras en varios aspectos, y yo no dejaba de preguntarme: ¿Cómo conoció el texto? ¿Lo leyó en la preparatoria del Tec, en inglés? ¿O quizá lo hizo muy temprano en los primeros semestres de la escuela de antropología? ¿Cuántas etnografías africanas tiene que leer alguien para que todas le parezcan iguales?

Lo que me quedó claro es que entre nosotros había una diferencia de capital cultural enorme, infranqueable. Ya antes lo había notado, y llegué a decir que Ayumi era una persona “condenada al éxito”. Unos años después, su tesis de licenciatura ganó un premio y fue publicada. Pero en aquel momento era alguien a quien yo estimaba, y que quería ver como igual, acompañándonos en la lucha y en los estudios. Su declaración sobre el libro me dejó ver rápidamente que esto no era así.

Achebe había titulado su obra con una premonición inquietante, la advertencia de una fractura irreparable. Mientras leía las últimas páginas de la novela, donde la desintegración de la comunidad de Okonkwo se volvía inevitable, no podía evitar sentir una dolorosa resonancia con mi propia experiencia y por fin podía significar todo lo que aquella ruptura había generado. También escribo esto, debo decirlo, para intentar cerrar el despecho que descubrí aún estaba en mí.

El duelo que me provocó terminar el libro me ayudó a comprender que mi amistad con Ayumi había sucumbido a las diferencias insalvables de nuestras realidades y perspectivas. No éramos iguales, no teníamos por qué serlo. Achebe me enseñó no solo sobre el pasado precolonial africano, sino sobre el doloroso proceso de aceptar que a veces, inevitablemente, todo se desmorona.

Culhuacán, 15 de junio de 2024.

--

--